Gestión de la Ausencia
Porque sé que mi ausencia te haría mucho bien, gritó Juan al viento, llorando de rodillas y con expresión como de arrepentimiento, les rogo su perdón… Vivía Juan como todos los mortales, en una carrera por sobrevivir y conseguir sus deseos más materiales y mundanos. Muchas veces y sin premeditación, aplastando los sueños de otros. Era un consumir de hasta lo in-consumible, aferrado de pies y manos al dinero que era su talón de Aquiles; era un hombre codicioso.
Formado en las mejores universidades de la región, Juan vivía con su esposa y dos pequeños hijos, ellos acosados por las torturas de su padre y esposo, quien habitualmente se enfrascaba en discusiones de poder de macho, porque era “el poseedor de la verdad”.
Cuando Juan hablaba, había silencio en casa. Desparecían la democracia y la sensatez, rondaba el miedo y la amargura, y aparecían majestosamente con bombos y platillos, las demostraciones de exuberancia y riqueza que su profesión le entregaban. Repasaba sus logros y conquistas, generalmente llenas de una parte oscura que marcaba el compás de lo que era su historia.
Hablaba Juan públicamente de uno más de sus macroproyectos de urbanismo y desolación, con los que estaban conquistando aquellas tierras a toda costa y sin consideración alguna. La muerte rondaba las decisiones de Juan, cortaban árboles, secaban ríos, corrían los animales de su hábitat, pero como todo lo de Juan, con tramites vagos y oscuros.
Se vanagloriaba de sus logros y desafíos y como si aquello lo estimulase, le encantaba decir que nada podía detenerlo, que todo se solucionaba con dinero, que todos teníamos un precio. Él pasaba por encima de la verdad y la justicia y era doloroso ver el camino que transitaba.
La vida nos espera en una esquina oscura y angosta para mostrarnos la verdad o la otra cara de aquello que no hemos podido ver y Juan ahora se encontraba allí… Su médico le llamó. Juan padecía de una enfermedad desconocida y fatal. A su familia nunca le dijo nada. Entró en un estado transpersonal y muy íntimo, y en los adentros de un cerrado bosque se aferró con un abrazo de arrepentimiento a un árbol, en donde permanece desde ese día, mientras solo se le escucha susurrar…
Ahora a Juan solo le queda esperar…
La Cerería - Escuela de formación transpersonal.
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