En Carpeta
Por Hernán Alejandro Olano García
Hace algunos días surgió una controversia, pues una joven se presentó como astronáuta colombiana, pero, al verificar las bases de datos y comprobar su mentira, ella se autoproclamó como “Astronáuta análoga”, una idea que todo niño manifiesta, pero que se le quedó hasta la adultez a la mujer de la historia.
A la fecha no existe ningún ciudadano colombiano, hombre o mujer, que ostente el título, categoría o certificación como Astronauta, según lo ha indicado en un comunicado de prensa la National Space Society Colombia (Asociación Espacial de Colombia, NNS).
Pues bien, una cosa es ser cosmonáuta, otra astronauta y otra YuhanGyuan. Los cosmonautas era el título utilizado en la Antigua Unión Soviética y actualmente en Rusia; astronauta es la denominación dada por la RAE para la Persona que tripula una astronave o que está entrenada para este trabajo. Y YuhanGyuan, es el término con el cual se les conoce en China, que en occidente se traduce en un Taikonauta.
Sin embargo, hablar de “astronauta análogo”, sería más bien estar enfocado en ser un experto en juegos de mesa o de video sobre el espacio, en conocer las leyes de la física, en reconocer estrellas y planetas y manejar instrumentos como el telescopio o, por lo menos ubicar los puntos cardinales con el firmamento estrellado.
Hasta ahora, el único aporte colombiano al espacio, además de las innegables contribuciones de hombres y mujeres científicos colombianos en la NASA, ha sido en la misión espacial del Apolo 11, aquella nave que alunizó el 20 de julio de 1969 y, en la cual, las telas tejidas con lana virgen de ovejas del norte de Boyacá y Santander, que forraban la cabina en la que iban Armstrong, Aldrin y Michael Collins se hicieron en la fábrica Telas Huatay, propiedad de la boyacense Raquel Vivas Rincón (nacida en Floresta), que estuvo ubicada en la esquina nororiental del Parque Fundacional de Usaquén, en Bogotá, calle 119 #5-70, donde hay un parqueadero con una placa que lo recuerda. Las telas fueron hechas a mano por 12 tejedores durante tres meses y tenían un elemento para fijar el color, llamado mordiente, que sería el que impedía que fueran inflamables, solo expedían olor a carne asada cuando se les prendía fuego. Ya había habido experiencia, pues doña Raquel comenzó a exportar telas a los Estados Unidos desde 1954, logrando enviar más de 3200 rollos de tela a un almacén en Nueva York.
Claro que la Unión Astronómica Internacional, en su reunión del 27 de agosto de 1970, decidió homenajear el trabajo del colombiano nombrando, dándole el nombre de cráter Julio Garavito, a uno de esos accidentes topográficos del hemisferio sur de la luna, ubicado en las coordenadas selenográficas (ciencia que estudia la superficie y las características físicas de la Luna) latitud 48 grados sur, longitud 157 grados este.
Don Julio fue director del Observatorio Astronómico Nacional desde 1891 hasta su muerte en 1920 y su imagen se inmortalizó, no solo en la luna, sino en el antiguo billete colombiano de veinte mil pesos.
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