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Bolívar y su parejo, el general Silva.

Por Hernán Alejandro Olano García


El 27 de octubre de 1825, víspera de la celebración del onomástico del Libertador Bolívar, quedó marcado no solo por la conmemoración de San Simón, sino porque Bolívar bailó vals con un hombre.



Resulta que, en la Villa Real del Potosí, donde se encontraba Bolívar prendado por la belleza de María Joaquina Costas (esposa de un importante militar rioplatense, Hilarión de la Quintana, tío político del Libertador argentino José de San Martín), con quien el Libertador tuvo uno de sus hijos, que tomaría el nombre de José Costas, sucedió un episodio de antología, más allá de esa otra paternidad del padre de la Patria. Resulta que, estando en tan bella y empinada ciudad, firmó un decreto en el cual reza para la posteridad: «Prolongo mi estadía en Potosí hasta el próximo 28 para celebrar aquí el día de mi santo».


A San Simón “el zelote” y San Judas Tadeo se les celebra la Fiesta en un mismo día, 28 de octubre, porque según una antigua tradición, los dos iban siempre juntos predicando la Palabra de Dios por todas partes y murieron como mártires del Evangelio en Mesopotamia y sepultados en Suanir, una ciudad persa. Lo único cierto es, que, según los Evangelios, Simón era el décimo apóstol y Judas Tadeo el undécimo. Los bizantinos identificaron a Simón con Natanael de Caná, el mayordomo de las bodas de Caná.


En la época de Bolívar, más que el cumpleaños, se festejaba el onomástico, es decir, el día en que una persona celebra su santo, que habitualmente coincidía con el nacimiento.


La decisión ejecutiva de Bolívar motivó un gran despliegue de recursos, así como el retraso de operaciones militares, pues era importante realizar el festejo en la ciudad de la plata.


Al amanecer del 28, una descarga de artillería que retumbó en toda la ciudad y tuvo eco en el cerro rico del Potosí. A las nueve de la mañana hubo una misa en la iglesia de la Compañía de Jesús y, en la tarde-noche, los amplios salones de la Casa de La Moneda (donde está hoy el pañolón bordado, color naranja, que Bolívar obsequió a Joaquina Costas), se llevó a cabo el jolgorio.


Ese día, según los cronistas, Bolívar se había quitado las patillas y el bigote y lucía un frac de paño negro de corta levita, medias de seda, zapatillas de charol con hebillas de oro, corbata blanca, calzón corto de paño, luciendo la medalla de Washington, como única condecoración.


En medio del baile, Bolívar se percató, que, por ser muy moreno, ninguna dama quería bailar con el general José Laurencio Silva, a lo cual, dijo el Libertador: «Que deje de sonar la orquesta», luego, presentó a Silva como uno de los grandes soldados del ejército y pidió que se interpretara un vals, pero, lo que nadie se esperaba fue que se dirigiera a su subalterno y dijera: «¿Me concede el honor General?», ante lo cual, sorprendido, aceptó bailar con su jefe; luego, las damas se pelearon por bailar con el moreno militar.


El general José Laurencio Silva estuvo tan unido a Bolívar, que fue uno de los testigos de su fallecimiento en San Pedro Alejandrino.

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