“Nacimos para ser humanos, pero a veces se nos pasa la vida y no logramos serlo”
Por Cristian David Castro M.
Director Centro de Lenguas Extranjeras
UNICOC
¿Humanos ideales? Sencillamente no existen. Solo hay humanos de carne y hueso; con fortalezas y debilidades; con aciertos y desaciertos; con virtudes y defectos.
Existe en el colectivo social un imaginario de lo que se debería esperar de un ser humano ideal: una persona ética, con alto sentido de responsabilidad, autocuidado, manejo de relaciones interpersonales positivas, cuidado del medio ambiente, y así por el estilo.
Eso que se considera como “ideal” o “humano”, es como algo que flota ‘por ahí’. Todo el mundo comprende en principio lo que debería ser. En ocasiones nos referimos a alguien diciendo que tiene mucha o poca humanidad, o que es un gran ser humano, y hasta hablamos de que hemos recibido un trato humano o no. Ese imaginario abstracto subyace en el pensamiento de la familia, la escuela y la sociedad.
Seres humanos somos todos desde nuestro nacimiento. No obstante, pareciera que merecer el título de “ser humano” es otra cosa distinta. Ser humano ‘de verdad’ es como estar en otra dimensión superior, pues sobrepasa a otros asuntos que se consideran importantes, como el nivel educativo o las posesiones; los cuales quedan reducidos a una superficialidad si no somos verdaderamente ‘humanos’. Hablar del ser humano ideal es como hablar de lo etéreo, de lo utópico, de lo sublime.
En nuestro ser interior percibimos cuando cierto proceder ha sido el adecuado y cuando no. Sea que otros lo noten o no. Esto ocurre en el ámbito de los pensamientos y emociones secretas de las cuales probablemente nunca nadie se va a enterar; en el terreno interior donde ocurre un diálogo interno, construimos lo que somos, desarrollamos nuestros ideales y forjamos nuestro sentido único de humanidad personal e intransferible.
Esa humanidad se constituye en aquellos que llamamos ´momentos de verdad´. Cuando logramos perdonar a otros, y aún más importante, cuando nos perdonamos a nosotros mismos. Cuando logramos reconciliarnos con otros. Cuando logramos establecer puentes de convivencia sana y de respeto, sin importar las diferencias. Cuando disentimos sin ser desagradables. Cuando nos enfocamos en atacar el problema y no a la persona. Cuando damos desinteresadamente de nuestro tiempo, de nuestras habilidades, y de nuestros recursos.
También ocurre cuando comprendemos que la verdadera esencia de la humanidad no está en el perfeccionismo. Fallar es inevitable. No obstante, cuando eso ocurre, se traza ante nosotros un camino de crecimiento y de trascendencia hacia lo sublime, si así lo queremos. Nadie puede recorrer ese camino por nosotros. Si logramos capitalizar el error, este se puede constituir como una fuente maravillosa de aprendizajes y de crecimientos.
En esta época de postmodernidad donde los conflictos, la devastación del medio ambiente y los desafíos sociales están a la orden del día, se nos indica que existe un camino amplio para recorrer y para alcanzar esos ideales de humanidad tanto deseados. Como individuos y como colectivo es vital desarrollarlos para seguir erigiendo un tipo de sentido que promueva relaciones interpersonales y comunitarias de mayor cohesión, igualdad, oportunidad y desarrollo para todos. De hecho, en este punto de la historia, nuestra mismísima existencia como raza humana sobre este planeta depende de eso. Los desafíos que se ciernen en el horizonte indican que es tiempo de desarrollar al mayor grado posible ese concepto de humanidad en todas las esferas de la vida.
Debemos estar dispuestos a aprender y a desaprender, y a volver a aprender, y repetir este ciclo cuantas veces que sea necesario. Si descubrimos que necesitamos hacer cambios, nuestra humanidad nos reclama que actuemos. Como individuos y como colectivo.
La formación del ser humano interior es la más importante y muchas veces la que menos se atiende.
Tenemos un mundo lleno de personas con altísimos conocimientos académicos, técnicos y científicos. Hemos logrado ir a la luna y estamos explorando el espacio de forma asombrosa; no obstante, todavía no hemos podido aprender a convivir en paz y armonía aquí en la tierra. Lo anterior, recuerda las palabras iniciales: “Nacimos para ser humanos, pero a veces se nos pasa la vida y no logramos serlo”.
En este pleno siglo XXI no hay prioridad más grande que esta. No hay llamado más urgente que alcanzar el punto más elevado posible de la verdadera humanidad. ¿Existen otras prioridades? Sin lugar a dudas. Pero la mayor de todas es que seamos seres humanos en el sentido más pleno de lo que esto pueda llegar a significar.
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