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Evangelio de la muerte Divinidad y barbarie

Álvaro Toquica 

Coordinador general del Observatorio Ciudadano de Fontibón (CC9) (*)


"Aumenta el número de muertos y desplazados, mientras los ingleses toman té, los franceses champaña y los gringos Coca Cola, haciéndose los de la vista gorda con su responsabilidad histórica en los escenarios de conflicto en el mundo" 

No me persuaden las malas causas, ni las malas intenciones. Mi corazón cobija siempre a quien padece la violencia del conflicto, al hijo del invasor y al invadido, por igual; la sangre es roja al interior de todo cuerpo, sin distingo. 


Durante la Primera Cruzada, los ejércitos que se dirigían a la toma de Jerusalén recibían del Papa Urbano II, una bendición que confería legitimidad divina a la empresa militar, inspirando y fortaleciendo la moral de los combatientes. Una mezcla de divinidad y barbarie al tenor de “El evangelio” (Habsora), inteligencia artificial de nombre sacro con la que las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) consiguen identificar un centenar de objetivos militares al día, en los 365 kms2 de la Franja de Gaza y en otras geografías cercanas.  


Tras la ubicación de los blancos, principalmente líderes de Hamas, se determina el posible daño colateral. Esos civiles inocentes que podrían morir en el ataque, información con la cual esta “máquina de asesinatos masivos” arroja datos a manera de probabilidades en tres categorías: rojo o no aconsejable, amarillo o dudoso y verde o aceptable, aunque la decisión de ataque al final estará en manos de un ser humano que goza del “gran privilegio” de pasar a la historia como el decisor de las acciones de muerte. 


A 9.459 millas de la Franja de Gaza, en el 1600 Pennsylvania Avenue NW, en el Distrito de Columbia, ciudad de Washington, está la Casa Blanca, donde se decidió sumar 14.300 millones de dólares de ayuda suplementaria a los 3.800 millones de dólares que aporta anualmente Estados Unidos de América (USA) para la defensa israelí, aprovechar la prerrogativa de veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para evitar altos humanitarios al fuego y poner a disposición del gobierno sionista de Israel, la maquinaria mediática que pretende justificar la acción militar.  


De ser cierta la noción de que esta cruzada israelí persigue el exterminio de los gazatís, estamos frente a un genocidio que supera hoy las 21.000 víctimas, de las cuales 15.000 son mujeres y niños. Un plan de exterminio impulsado por la “Doctrina Dahiya”, una estrategia militar formulada por el general israelí Gadi Eizenkot, que se refiere a la táctica de atacar con desproporción y de manera deliberada a civiles e infraestructuras como medio “efectivo” para lograr objetivos estratégicos, dejando una estela aterradora de pérdidas materiales y humanas, a espaldas del derecho internacional humanitario (DIH) que pretende -a veces, infructuosamente- limitar los efectos de los conflictos armados; acuerdos que, por cierto, no han ratificado India, China, Rusia, Israel y USA, por supuesto, omisión a cambio de la cual buscan justificar el actual genocidio y conseguir que las naciones del mundo volteen convenientemente su mirada hacia otro lado, mientras el exterminio se concreta y los sobrevivientes de los 2,3 millones de gazatís se ven abocados, a riesgo de muerte, a tomar por ruta el desierto del Sinaí de camino a Egipto, una perversidad que buscaría desterrar y destruir total o parcialmente este grupo humano. 


Mis cuestionamientos a la “Doctrina Dahiya”, al intervencionismo gringo o a la apatía de los mandatarios de algunos -a veces, demasiados- países, con respecto a este genocidio, no debe dar a entender que encuentro beneplácito en el ataque de Hamas a suelo israelí el 7 de octubre, cuyo lamentable saldo fueron más de 1.200 muertos y más de 240 secuestrados, la mayoría aún en cautiverio. Entiendo los actuales sucesos como otro lamentable capítulo de la historia de la humanidad, que arrasa con todos los principios que juramos defender como especie.  


Resulta entonces necesario hacer un análisis hermenéutico para develar algunas raíces del odio en el antisemitismo europeo construido sobre la responsabilidad que atribuían jerarcas de la cristiandad a los judíos en la crucifixión de Cristo, así como en las luchas por el territorio, el expansionismo y el reparto del mundo que han hecho las potencias para satisfacer sus intereses más oscuros.  


Aumenta el número de muertos y desplazados, mientras los ingleses toman té, los franceses champaña y los gringos Coca Cola, haciéndose los de la vista gorda con su responsabilidad histórica en los escenarios de conflicto en el mundo

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