Todo niño añora el amor de su padre; si la madre interfiere en ello, le resta fuerza a su hijo.
En la sociedad contemporánea, la importancia de “tomar a nuestro padre” y valorar la energía masculina en cada vida, trasciende los límites de los roles tradicionales para adentrarse en la esencia misma de nuestra identidad y desarrollo emocional. Reconocer al progenitor, nos conecta con las raíces, con la historia y con la transmisión de valores y enseñanzas que nos moldean como individuos.
La energía masculina, con sus atributos de fuerza, determinación y protección, aporta una dimensión esencial a cada existencia. A través de esta energía, aprendemos a enfrentar los desafíos de la vida con coraje y resiliencia, a buscar soluciones con determinación y a proteger a quienes amamos con entrega y dedicación. Es en la integración de la energía masculina y femenina donde encontramos un equilibrio necesario para nuestro crecimiento personal y bienestar emocional.
La presencia paterna, con su energía masculina, nos brinda no solo un modelo a seguir, sino también un referente de valores como la responsabilidad, el respeto y la integridad. Estas enseñanzas, transmitidas a través de la figura del padre, nos guían en la construcción de nuestro carácter y ética personal, en la toma de decisiones y en la forma en que nos relacionamos con el mundo que nos rodea.
Bert Hellinger señala que al padre se le toma a través de la madre; es la madre la que nos deja o no tomar al padre. Y es que desde la gestación tenemos una estrecha relación con ella, mientras que con el padre, se tiene que fomentar la relación luego del nacimiento. Sin embargo, la madre no siempre permite esa relación y excluye al padre; lo que tiene severas consecuencias en la vida de las personas. Si una madre menoscaba o hurta la figura del padre, incapacita a sus hijos para el éxito social, sembrando en ellos una rabia que un día devolverán. Asimismo, todo niño añora el amor de su padre; si la madre interfiere en ello, le resta fuerza a su hijo.
Una relación negativa entre la figura paterna y el niño desencadena una personalidad regida por el estrés; entre tanto, si los hijos eligen sólo a uno de los padres, se pierde el equilibrio interno y comienza el sufrimiento. Cuando se piensa que es difícil aceptar al padre y honrarlo, y se le rechaza, por cualquiera que sea la razón, podemos quedar atorados con él, en la crítica o el reclamo, como si fuésemos aún niños esperando que nos den lo que no han podido darnos. No obstante, lo que el padre nos da es lo que pudo darnos y no tenía más; no lo recibió de su propio padre e hizo lo mejor que tenía y sabía. Al asentir al padre tal como es, el sistema familiar nos respalda para que podamos continuar nuestra vida de la mejor forma posible, según nuestro propio deseo. Sanar el vínculo con los padres es la forma de sanar nuestro vínculo con la vida.
Tomar o aceptar al padre nos libera, ya que nos abre a aceptar en nosotros todo lo bueno que de él tenemos, que para empezar, es la vida y es suficiente para estar agradecido y respetarlo. Quien toma a los padres, está bien consigo mismo y se siente completo.
Cuando tomamos al padre. Podemos tener la fuerza para tomar decisiones; logramos trazarnos objetivos y metas y alcanzarlas; nos aporta la capacidad de sentirnos cómodos con nosotros mismos; tenemos la capacidad de conocer y poner límites; podemos asumir con fuerza las tareas que nos trazamos; tenemos capacidad para emprender negocios; logramos la realización profesional.
Te invito a que le des a tu padre, toda la importancia que merece en tu vida, independientemente de cómo haya sido o sea tu relación con él.
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