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Los hijos de la prepotencia y del olvido

Los pueblos americanos y los aborígenes de nuestra geografía, eran poseedores de conocimientos profundos y de otras tecnologías.


Por Hernán Acero Suárez*


Olvidar quienes somos, de dónde venimos, en esta Colombia golpeada por la violencia y el desdén, es algo así como pretender que descendemos de la soberbia. Los mestizos, los indígenas, los negros, los criollos o cualquiera de nosotros, tenemos una misma naturaleza: la humana. La condición no cambia si usted usa una camisa Yves Saint Laurent o un poncho tejido de los colores de la madre tierra. Todos somos polvo: “Polvo eres y en polvo te convertirás”, reza la sentencia religiosa.



Entonces, ¿de qué nos ufanamos? Si usted es citadino o es indígena, su condición humana es la misma. Una condición enceguecida por la ignorancia, el miedo y la injusticia. Ni el uno, ni el otro, tienen mayores privilegios sobre otro; si lo miramos desde la misma orilla del universo. Estamos parados en la misma mota de polvo en la galaxia. Aquí llegamos para compartir el aire que respiramos y el agua que bebemos y de la que estamos compuestos.


La ciencia del agua nos dice que: El cuerpo humano está compuesto en un 60 por ciento de agua, el cerebro se compone en un 70 por ciento de agua, la sangre en un 80 por ciento y los pulmones se componen en un 90 por ciento de agua. Las propiedades del agua son muy importantes para la vida. Las células de nuestros cuerpos están llenas de agua. ¿O usted, porque posee un carro de marca, tiene más agua en su cuerpo que aquel que va a pie? Léase Agua: Líquido precioso.


Recordemos entonces. Cuando los españoles, portugueses, franceses e ingleses llegaron a las playas de nuevo continente, encontraron que había una población residente en estas tierras. Lo que nunca supieron era que estos nativos llevaban milenios viviendo aquí. Lo que nunca supieron los europeos en ese momento, era que, aunque los indígenas no manejaran arcabuces, ni usaran bombachos, no significaba para nada que fueran atrasados e ignorantes.

Los indígenas poseen un conocimiento ancestral que los llevó a comprender la física, la medicina y la astronomía. La prueba está en la arquitectura de ciudades y construcciones monumentales, que los europeos conquistadores tenían también en su pasado griego, romano y de sus vecinos, los egipcios: pero que ellos mismos no poseían. El recuerdo de esas mega-construcciones se extendió en la mera construcción de castillos, palacios y palacetes.


O sea, los pueblos americanos y los aborígenes de nuestra geografía, eran poseedores de conocimientos profundos y de otras tecnologías, en mayor o menor grado; pero conocedores al fin y al cabo. Esto fue deslegitimado por los recién llegados; que de no haber sido así, hubiesen compartido saberes y hoy no recordaríamos una historia de masacres y atropellos.


De seguro, entonces, ambos pueblos hermanados por sus razas, hubiesen crecido en un avance civilizado hacia un mundo moderno que salvaguardara los privilegios de todos -incluidos los negros que fueron trasplantados en este continente y en nuestros litorales- en su condición de humanos. En este escenario de cordialidad, no se hubieran arrebatado tierras y hoy no se estarían derrumbando estatuas de fundadores. Hoy en día se celebraría el día de la raza, como el ‘Día de la Raza’. Como sabemos, el 12 de octubre se quiere desconocer por la connotación que tiene. Revisemos el pensamiento de periodista y escritor, Eduardo Galeano, quien nos lo recuerda cuando se refiere al día del descubrimiento de América.

En ese acontecimiento contrario a lo que sucedió, hoy la convivencia se basaría en el respeto mutuo firmado en un pacto intrínseco, esencial para la evolución del ser humano como humano. Pero nos hemos quedado en el odio y la rencilla, lo que nos separa del otro y nos hace hijos de la prepotencia.




*Periodista cultural, comunicador

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Alvaro Hernando Toquica Bravo
Alvaro Hernando Toquica Bravo
Jun 16, 2021

Excelente planteamiento de Hernán sobre la necesidad de un mundo que reconozca y valore la diferencia; un mundo que no premie los disfraces que provee la fama, el poder y el dinero.

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